¿Por qué es tan fácil subir de peso y es tan difícil perderlo?
En nuestros tiempos todavía se cree que en algún rincón del mundo se encuentra la dieta perfecta y universal que nos dejará como resultado un cuerpo ideal a todos. Aunque es cierto que existen alimentos que se pueden comer hasta la saciedad sin preocuparse por las calorías, también existen miles de mitos sobre la pérdida de peso de forma milagrosa.
La serie de mini documentales de Netflix En pocas palabras, dedica un episodio a responder la interrogante que ha intrigado a la humanidad por años: ¿Por qué las dietas no funcionan?
El furor por las dietas milagro, de acuerdo con la historiadora en nutrición, Adrienne Rose Bittar, tiene su origen en el siglo XIX, cuando el proveedor de servicios funerarios William Banting lanzó en 1863 Letter of Corpulence.
En esta obra el autor relataba como el hecho de abandonar los carbohidratos le había ayudado a bajar de peso. Bittar sostiene que la redacción de este escritor le valió hasta 63 mil copias vendidas en su tiempo, su fórmula era simple:
Pero las fórmulas mágicas no existen y la dieta que sirve a unos no necesariamente será efectiva para otros. El Dr. Christopher Gardner de la Universidad de Stanford dirigió un estudio en 2013 que destrozó para siempre el mito de las denominadas dietas universales.
En la investigación se contó con 609 voluntarios que se dividieron en dos grupos. Se les pidió lo tradicional que exigen las promesas de rápida pérdida de peso: unos eliminarían por completo los carbohidratos de su dieta y los otros prescindirían de las grasas en un periodo de 6 meses. El desafío para cada sujeto era perder entre 7 y 50 kilos.
La mayoría no bajó de peso, algunos incluso aumentaron unos cuantos gramos. La explicación tras este resultado, según Gardner, es que las dietas restringidas no se siguen estrictamente; el cuerpo resiente la falta de nutrientes esenciales (ya sean grasas o carbohidratos) y esto ocasiona que se ingiera más comida.
Así pues, las dietas prometedoras que eliminan una o más sustancias esenciales de un día para otro alertan al cerebro mediante la proteína lectina, liberada por el cuerpo al sentir hambre.
Al recibir la alerta de la lectina, el cerebro busca compensar aquello que el organismo no está obteniendo. Cuando de manera consciente se insiste en no ingerirlo, ocurren dos posibilidades: se come en exceso lo faltante o se consumen en cantidades exageradas aquellos alimentos que sí están permitidos.
Garder además afirma que el cuerpo está la mayor parte del tiempo enfocado en ganar peso gracias a la lectina. Por simple evolución biológica, tendemos a "reservar" nutrientes. Los humanos han vivido a lo largo de su historia en la Tierra grandes temporadas de escacez, el cuerpo no puede darse el lujo de desechar aquello que necesita.
Desde luego hubo personas dentro de la investigación de Gardner que sí perdieron peso, pero esto tuvo más que ver con sus genes y su metabolismo que con la dieta que siguieron.
Tanto Bittar como Gardner reiteran que nunca existirá una fórmula mágica para bajar de peso, es la genética la que determina la complexión predominante en una persona.
Esto no significa que "hacer dieta" no tenga caso, pero la alimentación regular siempre debe tener todos los nutrientes de forma ideal. La industria alimentaria y la industria dietética continuarán mandando mensajes contradictorios a los consumidores, pero precisamente ahí cada individuo debe ser capaz de comer de todo sin excederse.
La clave es enfocarse más en la salud que en la apariencia. Al priorizar el consumo de frutas y vegetales sobre los alimentos procesados se llegará al peso ideal. Este hábito debe volverse permanente para lograr un peso saludable de por vida, según los expertos.
En conclusión "no se vive de ensalada", pero cuando se aprende sobre prioridades se está más cerca del camino correcto.
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